Son algunas consecuencias de abrir la caja de Pandora que hay en el Ártico, esto es, derretir el permafrost en el que se conservan virus y bacterias que sería mejor que no volvieran a campar a sus anchas por nuestro planeta.
A pesar de todo aquel tiempo matusalénico que había transcurrido, el virus, bautizado como Pithovirus sibericum, continuaba siendo infeccioso (aunque solo, afortunadamente, para la Acanthamoeba, un organismo unicelular). Puede que la próxima vez no tengamos tanta suerte, tal y como relata David Farrier en su libro Huellas: en busca del mundo que dejaremos atrás.
En 2016, una ola de calor siberiana expuso los restos de un reno infectado con ántrax, liberando esporas de una bacteria de 75 años de antigüedad al aire, el agua y la cadena alimentaria, lo que originó la muerte de un niño de diez años de edad.