El 12 de febrero de 1881 nació Anna Pavlova, la que se convertiría en una de las bailarinas más grandes de todos los tiempos. Su eterna y misteriosa sonrisa, su genialidad para la danza y su perseverancia hicieron de la gran bailarina una fuente de inspiración para todos aquellos que tuvieron la fortuna de actuar junto a ella. A la vez que los teatros de todo el mundo se venían abajo con los aplausos de los espectadores, a Anna Pavlova se le rendía homenaje en multitud de países erigiendo en su honor estatuas, dando su nombre a delicados perfumes y también a deliciosos pasteles. Mientras en San Petersburgo "la Pavlova" triunfaba con el Lago de los Cisnes, sería en Londres donde la bailarina encontraría la felicidad, e incluso abriría un estudio de danza.
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